Necrópolis
Santiago Gamboa (Norma, 455 páginas).
Diré del saque que tengo opiniones no muy halagüeñas sobre esta novela, ganadora del premio La otra orilla 2009, convocado por Norma. Se trata de un proyecto ambicioso y complejo emprendido por un autor que “ha crecido”: del Gamboa de Perder es cuestión de método o Vida feliz de un joven llamado Esteban parece quedar poco, salvo el tono y esa voz narrativa simpática (queriendo decir como de una persona simpática) que lo caracterizan. El Gamboa de hoy, camino al medio siglo de vida y con una nada desdeñable carrera a sus espaldas, me da la impresión de querer buscar (legítimamente, por cierto) historias y estructuras más sofisticadas, más cercanas a la gran novela, a la novela total. “Mayores”. Más –esta es otra sospecha– “trascendentales”. El resultado de dicha pretensión se concentra en este, su libro más extenso, alambicado y polémico. En sus muchas páginas hay paja y hay trigo. Pero más paja.
Como diría Túpac Amaru, vayamos por partes. El argumento de Necrópolis es más o menos así: un escritor, de quien no sabemos el nombre pero sí que gozó en el pasado de un relativo éxito, pero que vivió los últimos años retirado por causa de una enfermedad respiratoria que lo dejó casi en la ruina moral y profesional, recibe, repentinamente, la invitación para asistir y participar en un misterioso congreso de biógrafos a realizarse en Jerusalén. Nuestro hombre (que también es el narrador de su historia y, se supone, el transcriptor de las ajenas) encuentra en esta insólita propuesta el pasaje a su redención, así que acepta y va. Su relato será el que enmarque la novela, el primer nivel de la narración.
Ya en Jerusalén (que es la de hoy y la de un futuro posible), el escritor es instalado en un hotel de lujo junto al resto de conferenciantes del congreso, uno más desopilante que el otro. El evento, que consiste básicamente en la narración consecutiva de las historias de los expositores (fascinantes biografías, propias o ajenas), se desarrollará los siguientes días mientras, afuera, la ciudad es asediada por las bombas y la muerte. Algunos lectores, como yo, entenderán que se trata de una parodia del Decamerón.
Las historias, nouvelles que llegamos a conocer, se supone, porque han sido anotadas por el narrador –en sí mismas, lo mejor del libro– son las siguientes: a) “El Ministerio de la Misericordia”, de José Maturana, quien cuenta su peripecia vital, desde sus inicios como piraña chicano hasta su encuentro con un santón tropical junto al cual construirá una iglesia llena de fieles, dólares, anabólicos, neón, heroína y dudas justificadas; b) “La variante Oslovski & Flø”, de Edgar Miret Supervielle, el cuento de dos ajedrecistas que, afectados por la guerra y los avatares que les tocan, deciden declinar de las mieles del éxito en favor de una vejez sosegada y fraterna. Esta parte, para mí, la cúspide del grupo; c) “El sobreviviente”, donde Moisés Kaplan da cuenta del derrotero de Ramón Melo García, un buen llanero colombiano que, luego de ser traicionado, termina víctima de los paramilitares, de quienes se fuga para, vuelto millonario, regresar por venganza. Se trata de una entretenida, bonita y aleccionadora versión de El conde de Montecristo; d) “Jardín de flores raras”, de Sabina Vedovelli, actriz y empresaria del porno que nos relata su paso por un París salvaje, las drogas y la degradación, hasta que ingresa al cine para adultos, donde llegará literalmente al clímax, descollando como una visionaria, exquisita y exitosa entrepreneur; e) tres fábulas menores, en todo sentido: la contada por Rachid, el escritor amigo; una del propio narrador; y la del poeta africano Bumenguele. A estas habría que agregar las off-congreso, que son las de la Jessica (amiga/enemiga del religioso pan, pan, panamericano) y Egiswanda, su viuda.
La de Maturana es la más extensa y, dado que este muere luego de su participación, es la que más se entremezcla con el relato marco, pues nuestro narrador sospecha que no se trató de un suicidio, sino de un crimen. La novela avanza, entonces, entre sus pesquisas y observaciones, y estas entre las demás historias. La crisis del conflicto exterior precipita el fin del congreso y, de paso, el desenlace del misterio del predicador.
El principal problema de Necrópolis es que resulta constantemente inverosímil. Que sea inverosímil, por si acaso, no tiene nada que ver con el tema: puede tratar de guerras intergalácticas, fantasmas o la realidad real, pero toda historia, todo relato, debe ser fiel a sí mismo, consecuente, creíble dentro del universo que representa. Si en un cuento hago que el Puma Carranza diga, de manera natural, “Aquella señorita exhibe unos atributos de lo más promisorios”, estaría siendo inverosímil. Si afirmo que el Puma, antes de asistir a una cena, se detuvo en Deli France para comprar queso de cabra, vino de Burdeos y una docena de brioche, estaría siendo inverosímil. Si le dan un título honoris causa, sería inverosímil. A menos que mi intención sea la fantasía más delirante (que ni así, allí también hay reglas) o la ironía. Aquí no te crees ni el congreso, ni los personajes, ni que todos hablen como hablan (prácticamente igual, salvo Maturana, aunque a su estilo caribeñoide también le falta verdad), ni la historia del narrador. Casi todo resulta un poco exagerado, injustificable y falso.
Además, si bien tiene muchísimos pasajes donde el relato fluye trepidante y engancha muy bien, por partes afloja, se lentejea, se siente estirada o, peor aun, ripiosa, con mucho relleno. Abunda en clichés. De otro lado, dejando de lado los homenajes a Boccaccio y Dumas, siento que el autor tiene una mala deuda con Bolaño (mmmyyyalgo de la estructura, los cuentos independientes dentro de otros y la diversidad de voces de Los detectives salvajes) y con Junot Díaz (Maturana = Oscar Wao). Igual, hubiera sido mejor quedarse con las nouvelles. A los lectores que se sientan vencidos pronto, les sugiero que les den oportunidad, recurriendo al índice. Esto es lo que pienso del libro, que evidentemente es distinto de lo que piensan los miembros del jurado del concurso (Jorge Volpi, Roberto Ampuero y Pere Sureda). Reconfirmo que los premios literarios no garantizan nada. También quiero decir que no me arrepiento de haberlo leído. Su precio en librerías es de 45 soles.
Dicho sea de paso, resultó muy distinto de lo que suponía. Basado en un prejuicio (título a lo best seller tipo thriller-místico, información de contra que remitía a Oriente, desconfianza de los certámenes y los libros de moda), no hubiese leído Necrópolis de no ser por la recomendación que me hiciera el dependiente (también colombiano, por cierto) de la librería Clásica y moderna, de Buenos Aires, para quien se trataba de un librazo. Pero nadie es perfecto. Ese mismo día conocí allí a Cecilia Roggero, una señora encantadora que escribe un blog llamado “Abra el azul del cielo”, con quien compartí, tiempo después, una charla televisiva sobre libros y lectores.
Esto está saliendo largo. Termino diciéndole a los hipotéticos lectores de Santo oficio que se me están acumulando los libros leídos y, por tanto, por comentar. Así que o me pongo a escribir reseñas más breves o empiezo a atropellarlos con un cargamontón del tipo que ya podríamos llamar habitual. Están advertidos.
Próximo libro:
Acuérdate del escorpión, de Isaac Goldemberg.