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Las lunas de Júpiter

Publicado: 2011-04-13

Alice Munro (Debolsillo, 286 páginas).

Creo que hay que estar preparado para leer a Alice Munro. O que es mejor estarlo que no. Estar anímicamente bien parado, sereno, porque lo que le espera al lector no será fácil. Asimismo, junto con la entereza, deberá gozar de una piel sensible, que le permita mantenerse en alerta constante. También es recomendable disponer de tiempo suficiente para emprender esta colección de historias que lo van a detener, que alterarán su ritmo habitual, que lo harán volver sobre lo ya leído. Leer Las lunas de Júpiter es sorprenderse con una sensibilidad exquisita y sobrecogedora. Lo de esta autora es más el árbol que el bosque.

Si existe la literatura light, la de Munro no es pesada (menos “heavy”), pero es exactamente lo opuesto.

Para quienes no la conozcan aún, Alice Munro (Ontario, 1931) es considerada una maestra absoluta del relato contemporáneo. Ha escrito diez libros de cuentos, creo que solo una novela, y ha merecido una larga lista de premios por su labor, siendo de hecho el más valioso el reconocimiento de crítica y público: en el mundo anglosajón, pero sobre todo en Canadá, Munro es una heroína. Lo mejor del caso es que se trata de una adalid intelectual sin pretensiones intelectuales, sencilla, que conecta con los sentimientos y realidades de miles de personas, especialmente de los inmigrantes –que sobrellevan el hecho de serlo aun cuando vivan desde hace varias generaciones en su nuevo hogar–, los que menos tienen y las mujeres. Literariamente hablando, es hija de Chejov y McCullers, prima de Carver y Cheever, tía de Richard Ford y del recientemente reseñado Wells Tower. O sea, lo suyo es menos por más. Cotidianeidad aparentemente inofensiva, anticlimax sostenido, la vida “gris y sin emociones” de la mayoría, mientras por debajo pasa un río tan subterráneo como caudaloso.

(Una manera de acercarse a la impronta, por llamarlo de alguna forma, devastadoramente inmóvil de Chejov, no a través de sus cuentos sino de su teatro, es viendo “Las tres hermanas”, en estos días en el Británico de Miraflores).

Dejando de lado las lecturas de género, que en lo personal me valen madres, este es un libro sobre mujeres. Ambientados en pequeñas ciudades o pueblos a mediados del siglo pasado, son once relatos donde el amor, el desamor, el paso del tiempo, la impotencia, la rutina, el deseo, la furia contenida y los sinsabores de una existencia opaca parecen marcar el destino de sus personajes. Algunas damas empiezan, otras terminan relaciones, casi todas se hallan, al menos al momento de narrar, más cerca de la adultez que de la juventud, siempre a mitad de camino, siempre intentando, discretamente, poner orden en el caos. Mujeres al borde: de la infidelidad, del daño, del dolor y la parálisis, esperando, quizá, una fuerza buena que las salve. Quizá.

Algo que sorprende al lector, o al menos a este lector, es el uso del tiempo, su maleabilidad, su capacidad de detenerse en un gesto, un detalle en apariencia superfluo pero de gran poder simbólico; la presencia de diálogos, cosas y acciones que provocan extrañamiento, es decir, la sorpresa recobrada por lo invisible de tan visible. Con (o a través de) esas herramientas la autora demuestra que vive y siente lo que sus personajes, que los entiende, que se compadece de ellos. Diría que los ama. El resultado es empatía pura: es una sensación inefable y casi mágica cuando se leen pasajes de cualquier obra que parecen escritos para uno; cuando nos encontramos con una observación tan precisa y sencilla que nos deja helados. Pues en este libro abundan. Sin necesidad de mirar su biografía, el lector sabe que Munro es casi una más de sus escritos. Nada explicaría sino tanta hipersensibilidad.

"Alga marina roja", "La temporada del pavo", "Accidente", "El autobús de Bardon" "Prue" o el cuento que da título al libro quedarán, al menos para mí, como algunas de las más poderosas, densas y profundas historias leídas en buen tiempo. Espero conservar conmigo su belleza. Después de su lectura creo entender al menos un poco mejor el mundo, en especial, el de las mujeres. Lean el libro y entenderán lo que digo, pero ojo con las advertencias del primer párrafo.

Las lunas de Júpiter, que me costó 46 soles y que está disponible en casi todas las tiendas de libros, fue el último que me compré en el local de Dasso de mi librería favorita en esta ciudad. En unos días El virrey abrirá las puertas de su nuevo espacio, en el óvalo Bolognesi de Miraflores. No será lo mismo. Quizá, a la larga, resulte mejor, pero como con las casas demolidas para levantar edificios mamarrachentos, no puedo dejar de sentir nostalgia por lo que ya no será. Respecto al retraso de esta publicación, a modo de excusa diré que un viaje a Chile, la política y, sobre todo, el trabajo, me han alejado unos días más de los habituales del blog. Pero no de la lectura, que siempre será el espacio íntimo último, el refugio cotidiano. Esto creo que sonó huachafo, pero es la verdad. Espero nunca quedarme ciego.

Próximo libro:

Delitos a largo plazo, de Jake Arnott.


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Santo Oficio

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