El cementerio de Praga
Umberto Eco (Lumen, 586 páginas)
Han pasado 30 años desde que Umberto Eco le abriese un espacio a su actividad académica para publicar El nombre de la rosa. Hoy, con casi 80 a cuestas, este superhéroe intelectual de nuestro tiempo demuestra estar en plena forma y juventud, haciendo lo que los grandes escritores deben, a fin de cuentas: perturbar. Incordiar. Remecer. Y para demostrar que no se está con chiquitas y que para lo anterior no necesita untarse de solemnidad (nunca lo ha hecho), Eco pone toda su erudición en un libro de casi 600 páginas donde, con la ligereza del folletín y la novela por entregas, retrata la prehistoria de nuestros prejuicios, de la necedad, el miedo, la mezquindad colectiva que han parido los peores conflictos y masacres del siglo XX y que, sin duda, avivarán los futuros. El odio requiere justificarse, buscarse sentido para legitimarse. El odio, como dice alguno de los personajes de El cementerio de Praga, calienta el corazón más que el amor. Esta, pues, es una novela sobre el mal.
Y el mal se hizo carne de letras en Simone Simonini, un antihéroe inolvidable, un total hijo de puta que fue testigo y actor de los principales sucesos europeos durante la segunda mitad del 1800: el “capitán” es el perejil de todas las salsas, desde la revolución de Garibaldi hasta el caso Dreyfus, pasando por la guerra franco-prusiana y la Comuna de París, siempre subrepticio y rastrero, pues Simonini (gran acierto del autor) no es un malo romántico, un cerebro criminal elegante y sofisticado. Ni siquiera es especialmente cruel. Es solo un tipejo malvado, envidioso, misántropo, misógino y convenido como el que más, que solo halla placer en la glotonería y en la construcción de un castillo de naipes y aborrecimiento que prefigurará lo que se conoce en la realidad, desde 1903, como Los protocolos de los sabios de Sion, un pasquín apócrifo que circuló tanto que solo fue superado en tiraje por la Biblia, y que sirvió también de excusa para el antisemitismo que infectó el siglo XX.
El relato comienza con Simonini anciano y confundido, puesto a aclararse el seso redactando un diario, a través del cual conocemos su peripecia vital. Así nos enteramos del origen de sus desprecios, que parecen ilimitados (ciudadanos de todas las nacionalidades, condiciones y sexos; autoridades varias; católicos en general, jesuitas muy en particular; masones; y, la cumbre del odio, judíos), y de cómo se convirtió en un notario falsario y, de ahí, pasó a integrar como free lance los servicios secretos, primero de Italia, después de Francia, Prusia, Rusia… Simonini urde patrañas, conspira, falsifica, engaña, estafa, sabotea y hasta asesina por dinero y, hay que decirlo, cierta satisfacción pagada a sí misma. La cantidad de anécdotas y personajes que entran y salen de sus avatares es inmensa, diría exagerada, pero como mencionara ya, Eco soporta la narración en el estilo del folletín; así, cada pocas páginas tenemos una aventura, un nuevo complot, un flamante embuste, lo que mantienen vivo el interés del lector pese a que, como en mi caso, no conozca al detalle muchos de los sucesos históricos que sirven de fondo. La novela, si bien extensa, provoca leerse de un tirón. Es entretenidísima.
Una vuelta de tuerca es la aparición del Narrador y, aun más desconcertante, del misterioso abate dalla Piccola, que irrumpe en la redacción del diario para echar luces sobre aspectos que Simonini parece querer escamotearse a sí mismo. Eco, sin embargo, no se gasta en darles distintas voces a los tres. No le interesa resultar creíble. Le interesa, yo creo, la acción pura y dura, y dejar bien en claro que las estructuras de rechazo del otro no son recientes ni espontáneas. Con ello, como muchos lectores se habrán enterado, ha levantado polvareda entre quienes se han sentido afectados por la novela, especialmente la Iglesia y la comunidad judía. Miopía. Más estrechez de mente. Nuestro autor no necesita defenderse, solo pone la carne en el asador. ¿Esperaban que emita juicios de valor? Háganlo sentados, esa no es su intención, por suerte. Pero para quienes quieran saberlo, advierte al final que todos los personajes y hechos narrados son extraídos de la realidad: en Europa, desde España hasta Rusia, germinó el ensañamiento contra los judíos (y masones y jesuitas) por razones principalmente económicas. Se despreció todo lo que no se entendía, lo diferente, lo que no integraba la grey a niveles que superan la ficción. El único personaje inventado es el protagonista. Esta revelación resulta sobrecogedora.
Sería complicado para mí, incluso por cuestiones de espacio, describir siquiera algunos de los pasajes. Creo que es un placer que, con mente abierta y actitud crítica, cada lector deberá realizar por sí mismo. No se arrepentirá. Garantizo nuevas luces, cuestionamientos, eficiencia literaria y muchísima acción.
El cementerio de Praga circula en Lima en su versión compacta, a 65 soles. Del autor, como novelista, recomiendo también la ya mencionada El nombre de la rosa, El péndulo de Foucault y La misteriosa llama de la reina Loana. Como ensayista, el también vigente Apocalípticos e integrados y un libro que me parece imprescindible para todos aquellos que se interesen por los procesos detrás de la creación, no solo literaria: Seis paseos por los bosques narrativos. Algún día emprenderé sus Historia de la belleza e Historia de la fealdad. Por ahora, me queda en el cuerpo la rabia, el asombro y el placer de esta novela. Que el dios de cristianos y judíos guarde a Umberto Eco.
Próximo libro:
Las lunas de Júpiter, de Alice Munro.