Arthur & George
Julian Barnes (Anagrama. 523 páginas).
¿Qué espero de un libro?
O ¿qué es lo mejor que me podría pasar cuando voy por la mitad de una novela? O hasta ¿qué aguardo de cualquier narración, en el formato que fuera? Una respuesta simple y a la vez elocuente podría ser, por ejemplo, que sea (la novela, el cuento, la película, el chiste) como Arthur & George, de Julian Barnes. Porque si lo que busco la mayoría de las veces cuando escojo y luego abro un libro (o veo una película, etc.) es entretenerme, engancharme, sorprenderme, preguntarme, experimentar diversos sentimientos, removerlos, gozar con el uso del lenguaje, entender más, y vivir las vidas y las circunstancias de personajes que, por imaginarios, no resultan menos reales que la realidad, esta novela está hecha a la medida de mis requerimientos. Un regalo. Feliz lectura. Feliz todo.
Barnes es un maestro de la narrativa: tiene un don, una gracia que ha ido puliendo con los años, como los demás miembros de su famosa pandilla británica posguerrera (Kureishi, McEwan, Amis, Ishiguro, etc.), autores de algunos de los mejores libros escritos en nuestro planeta desde los setenta. Para este, el autor ha retomado, en varios sentidos, el camino de El loro de Flaubert, otra maravilla. Por mencionar lo más obvio, reconstruye el pasado vinculándolo con un escritor, que le sirve de motivo y también de pretexto. El Arthur del título se apellida nada menos que Conan Doyle. Ajá.
El George es un joven, parco, ingenuo y algo excéntrico abogado que lo que más desea en la vida es una vida. Pero sin mucha cosa: una que poder llevar a cabo con rigurosos orden y discreción. Lo otro que más desea George es ser un británico promedio. El problema es, en parte, que se apellida Edalji, y que es el hijo de un vicario anglicano de origen parsi, una minoría india, y de una señora escocesa: un mestizo viviendo en un pueblo inglés a fines del siglo XIX. Le guste o no, ello en parte ha motivado, primero, que tanto él como su familia se vean fustigados por una campaña anónima y rastrera de desprestigio; y, luego, que se le acuse de ser el autor de una serie de perversos ataques a animales. Así, George es arrancado de su proyecto existencial, y acusado con abuso, absurdo y desproporción: nada tiene sentido, salvo la estolidez de las autoridades, su ineficiencia, mala leche y necesidad de hallar un chivo expiatorio. Finalmente, el abogado es encarcelado por siete años.
Tras su liberación, George cae en la cuenta de una situación que supera su genético estoicismo, que es aun peor que el encierro: su nombre ha sido manchado, lo que le impide retomar su jornada, su carrera, su soledad anónima. Así es como un día le escribe una carta al padre de Sherlock Holmes, uno de los británicos más famosos e influyentes de su tiempo. Y Sir Conan Doyle le responde.
Pero el autor se ha encargado de que vayamos conociendo desde el arranque el devenir de los protagonistas, paralela y equilibradamente, empleando distintos tiempos verbales pero dándole a ambos la misma justa cabida, aun cuando sería complicado encontrar personajes más disímiles. Ya sabemos un poco cómo es George. El Conan Doyle que se nos presenta es un placer para cualquier lector, una fuerza de la naturaleza, un hombre tempestuoso, decidido, honorable. La quintaesencia del caballero inglés sin afectaciones ridículas. Es de “hoja recta, acero auténtico”. Y como los caballeros aman las causas perdidas, quizá influido por el impacto del caso Dreyfus en Francia y de la participación de Émile Zola, Arthur se compra el pleito de George. Se lo banca. Porque es, quizá antes que autor de éxito, deportista, aventurero, amante del espiritismo, noble o intelectual, un desfacedor de entuertos.
Es mucho lo que se podría decir de esta novela, además de ser un precioso reporte de su tiempo en lenguaje de folletín, crónica, retrato, novela romántica, policial, legal. Que es una historia de las diferencias. De la justicia versus la injusticia. De la luz y la duda sobre las supercherías, en tiempos de positivismo lógico y cambios. Del poder de la resistencia, del amor y de la importancia del honor, un concepto que creo haber comprendido mejor. Honor como respeto a quien se es y a los demás, decencia, principios, consecuencia. Leer sobre esto y luego echar una mirada a cualquier página del diario resulta tristísimo. Tan anacrónico como el Atari o mandar cartas. Tristísimo.
Además de los protagonistas, el cast se completa con un reparto de lujo: el vicario Shapurji Edalji; Alfred Wood, valet de ACD; Jean Leckie, su amante (qué ramplona resulta la palabra; úsese en el mejor de sus sentidos); Mary, la matriarca del clan, con todos los cuales, más ingente documentación, Barnes ha escrito una novela que reúne los tres “in” que reclama Doyle como requisitos de un autor: ser inteligible, ser interesante y ser inteligente. Lo supera por mucho.
Para quienes importe, debo agregar una cereza al pastel, algo de lo que me enteré, por suerte, al cerrar el libro: todo aquí está basado en hechos reales. El caso Edalji sucedió, casi todos los personajes descritos existieron, las peripecias públicas y privadas de Doyle tienen sustento histórico.
Arthur & George cuesta, en Compactos de Anagrama, 69 soles. El tema, una vez más, es que no se halla bien distribuido. Se puede localizar en La casa verde y, me han jurado, en El virrey. Existe también (se puede encontrar en Crisol), la versión en Panorama de narrativas, de la misma editorial, pero por el doble del importe.
Aquí un link a las primeras 54 páginas de A&G.
Próximo libro:
Trigo atómico, de Jaime Bedoya.